martes, 5 de julio de 2016

Amor


Estás en un rincón de la cama, deshecha, hundida, ahogada en lágrimas delante de mí y no puedo hacer nada, solo esperar, solo consumirme en el suelo mientras lo golpeo sin cesar y me retuerzo de dolor y lleno de gritos el vecindario que escucha la patética escena. Solo me queda soportar la impotencia de estar cerca de lo que más quiero y a la vez tan y tan lejos. Me convierto en una criatura indefensa que se resigna a su trágico destino y se rinde sin poder hacer nada, sin tan siquiera abrazar a quien sabes que más lo necesita, a quien sabes que tan solo busca el calor de un abrazo cálido como la más pura y blanca luz.

Y luego resucito. Mi luz vuelve a iluminarme y se me acerca y me limpia las mejillas, me aprieta fuertemente contra su pecho en un tierno abrazo y con una voz suave me dice que no llore. Ahora me miras a los ojos y esbozas la más mágica, sincera e inocente de todas las sonrisas. No puedo más que callar y contemplarte, llenar mis ojos ahora de alegría, recorrer con la vista tus mejillas sonrojadas. Esa mirada vence al tiempo, lo significa todo, en su silencio todo lo dice, una mirada que únicamente es amor y que prende una llama que se encuentra en lo más hondo, que me dice “te quiero” de la forma más sencilla y hermosa. Y de pronto nos reímos por cualquier cosa tonta, nos sonamos los mocos como niños el uno al otro, con el mismo pañuelo, y nos abrazamos. Nos hacemos más fuertes con cada bache.

Mi jardín está lleno de rosas. ¿No es un descubrimiento magnífico? Seguramente lleven ahí desde la primavera, pero yo las he descubierto hoy, maravillado. He subido por la pequeña cuesta y me he acercado para verlas más de cerca. Me sorprendo sonriendo y descubro que soy feliz, más feliz que nunca.

Gracias.