miércoles, 22 de junio de 2016

Pisar

Ya el acto de poner en contacto ambas superficies, la de la piel de la planta del pie y la del alicatado mugriento de la cocina, supone un placer tan auténtico, tan efímero y tan gratuito que es hasta hermoso, mágico, asombroso. Así que me levanto entre sábanas sudorosas, ambientado por el periódico, metálico y extraño ruido del chocar de las persianas con el cristal, aún con la bruma del adormecido en la cara y, en ese momento, piso. Piso el suelo fuerte, piso el frío suelo y prosigo en el pisar, una y otra vez piso, repito el gesto, el danzante movimiento de pisar, pisar y pisar. E invadido de una ancestral alegría abro lo ojos maravillado tan solo por el pisar; pisar y palpar con el pie resbaladizo el tacto de la autenticidad; palpar y pisar con la desnudez explícita de un pie amotinado e imparable, que no cede en su empeño de seguir pisando; pisar y contemplar cómo va tornándose paulatinamente negruzca la parte de debajo del pie y ,entonces, recordar pisadas de la infancia, recordar pisadas de todas las clases: blandas, duras, suaves y rugosas, dolorosas y puntiagudas, incluso sangrantes, pisadas que se deslizan, pisadas omnipotentes… Pisar y pisar hasta estar frente a frente con el frigorífico y beber el brick de leche frío y de forma triunfante para volver pisando fuerte y derechito al comedor, hasta el sofá, hasta encontrarse uno con la pausa del ambiente del salón a una hora prudente de la mañana.
Para mí el tiempo no pasa mientras bravuconamente piso, no pasa para mí, habiendo terminado exámenes, teniendo la mente tan dispersa ya que puede hasta deleitarse en ese anodino hecho. Pero en el salón aún hay quien sigue de exámenes, quien no puede compartir estos momentos de estúpida felicidad. Así que ahora piso prudentemente de puntillas hasta el sofá y me acomodo, me estiro y gozo del tacto blando de los cojines. Pero en silencio, que aún hay quien estudia.