miércoles, 27 de enero de 2016

Lo que pienso de la última de Star Wars.

Cosas que eran evidentes: hicieran lo que hicieran, el acontecimiento iba a ser de tal magnitud e iba a causar tanto revuelo, que la inversión acabaría resultando un éxito. Con la excusa anterior, lo siguiente era desenterrar un universo y una saga ya de por sí muy exprimida e intentar renovarla, rejuvenecerla, o contar cualquier cosa nueva. O no, claro, también estaba la fácil solución de vivir del cuento, de sustentarlo todo a base de personajes mitificados, homenajes por doquier e ir tirando con todo, que ya salía solo. Pero bueno, no me sorprende, la película siempre se había pretendido como un homenaje a la trilogía original, como un reacercamiento a aquellos fans que miraron con malos ojos a los tres primeros episodios que, puede ser verdad, se alejaron de la esencia primigenia de la saga. Así que, partiendo del hecho de que, evidentemente, iban a buscar aprovecharse de las referencias y los reiterados homenajes para así reflotar la parafernalia de Star Wars y enlazar con todo el nuevo contenido que iba y está por venir, voy a decir por qué me ha parecido todo una chapuza.

La idea de Star Wars era bien sencilla. Antítesis clara y esquemática y que funciona perfectamente, de maravilla: una férrea y autoritaria maquinaria como el Imperio, controlada en su seno por unos personajes malignos, movidos por el lado oscuro, por la ambición, es más, por una insana ambición apasionada y desenfrenada. En el lado contrario, las fuerzas rebeldes, luchando por una noble causa, por la democracia, la heterogeneidad y, análogamente, asociados al lado luminoso de la fuerza, que representa la sabiduría, la moderación, el Bien, en definitiva. Ambos bandos están enzarzados en una guerra civil a nivel galáctico.

No es casualidad que, para reafirmar esa idea de monotonía perfecta y deshumanizada, nos presenten a un ejército de soldados sin rostro, impolutos de blanco, obedeciendo sin rechistar las órdenes de un ser mitad hombre y mitad máquina, oculto bajo un casco tenebroso y vistiendo todo de negro, ensalzando así su posición y su figura, dando a entender perfectamente al espectador, tan solo con la imagen, la jerarquía ahí habida.

Tampoco es casualidad que el ejército rebelde esté formado por un grupo totalmente heterogéneo, desorganizado incluso, con la intención de reafirmar, a su vez, la idea de democracia por la que luchan. Como ejemplo perfecto, la imagen de los pilotos a bordo de sus X-Wing, dirigiéndose a destruir la Estrella de la Muerte, sí, aquel grupo pintoresco y variado de pilotos de varias razas, todos ellos con sus destacadas peculiaridades. Ahí está, perfectamente encajado, Luke. Y no hace falta darle muchas vueltas, Luke es un tipo raro, con sus historias de la fuerza y tal, seguro que sus compañeros le miraban pensando que estaba un poco pirado.

Pues bien, a esa idea sencilla le sumamos unos cuantos personajes carismáticos y la cosa funciona de maravilla. Uno de ellos es Han Solo, un colgado que hace de contrabandista y junto a Darth Vader, del que ya hemos hablado, ya están todos los ingredientes para que funcione toda la saga.

Y bien, esa es la esencia de Star Wars. La chapuza que echa a perder todo lo anterior es la siguiente:

Darth Vader es capital, es el gran villano. Y aquello de que una película se mide por su villano aquí resulta totalmente cierto. En esta nueva entrega nos presentan a un joven patético, un fanboy cutre que adora a su predecesor y al que, indiscutiblemente, no le llega ni a la suela de los zapatos. Vamos a ver, Kylo Ren, ¡tú eres un sith, deberías empezar por ser un ególatra, deberías creérte mejor que Darth Vader! Además, supuestamente Darth Vader queda redimido al final del sexto episodio, no sé qué veneras entonces.

Los soldados imperiales ahora resulta que piensan. ¡Piensan! ¡Ahora los clones se plantean conflictos éticos y dudan! ¡Dudan! ¡¿Qué es esto?! ¿Desde cuándo un clon (que ya no es ni eso, es un recluta) coge y se plantea toda la superestructura ideológica imperialista que lleva metida en el coco y decide desertar? Además, ¿no era un ejército de clones? ¿NO OS CASCÁSTEIS TRES PELÍCULAS PARA EXPLICAR DE DÓNDE VENÍA TODO EL EJÉRCITO DE CLONES? Pero, bueno. Ah, este es un tal Finn, y para mí es un personaje totalmente anodino, tan anodino como su coleguis de viaje, el guaperas ese de Poe Dameron, que está ahí y se pasea y hace cosas.

Las coincidencias. Que el guion se base en coincidencias. Cutre. Y ya de entrada, desde un punto de vista estadístico, podríamos pararnos a pensar que nuestros queridos personajes están en una galaxia de varios millones de años luz de extensión, con lo que esas coincidencias son aún más inconcebibles. Vale, sí, que es una peli de sables láser y aventuras en las estrellas, no hay que pedirle mucho. Pero el hecho de que se encuentren a Han Solo por ahí y se una a la gymkana de buscar a Luke y, azaroso destino, se topa con su hijo que anda por ahí metido y, ¡esperadme diez minutos!, que ahora me preocupo por mi hijo que está haciendo gamberradas. Joder, y encima la palma. Supongo que Harrison Ford dijo “una y no más”, exigiendo, además, una cuantiosa suma. Pero, bueno, cosas que pasan.

La tercera Estrella de la Muerte y sus increíbles ingenieros. Bien, como con dos Estrellas de la Muerte no tuvieron suficiente, decidieron, en un clamoroso intento de demostrar su valía y superar todas las expectativas, concebir un Planeta de la Muerte, gigantesco, abrumador, capaz de absorber la energía de soles enteros y utilizarla para  desintegrar planetas… Vamos, lo de siempre. Lo realmente interesante sería conseguir explicar cómo los ingenieros de la nueva base no han conseguido solucionar los viejos problemas de siempre y cómo una pandilla de estrafalarios personajes sortean todo tipo de dificultades, consiguen toparse los unos con los otros (¡¿otra coincidencia?!) y sabotear la descomunal estructura y, bueno, luego los cazas rebeldes hacen el resto y… NO, TÍO, NO CUELA YA. NO CUELA. ¡Amigos, hay que destruir todo un planeta gigantesco ideado por personas malvadas y con la capacidad de desintegrarnos en un abrir y cerrar de ojos! ¿Alguna idea? Se reúnen y en diez minutos lo tienen, claramente.

...

Después de unas horas, la conversación terminó. Habíamos levantado la voz en aquella cafetería, entusiasmados, comentando la película, escupiendo saliva y gesticulando mucho, moviendo los brazos acaloradamente. Ambos, fieles seguidores de la saga, coincidimos en casi todo. También en lo último: pese a todo, íbamos a tragarnos todas las películas que estaban por salir, a disfrutar del espectáculo de efectos especiales y a emocionarnos con la banda sonora como si fuésemos niños.

El café, junto con un pincho de tortilla increíble, solo uno veinte.

martes, 12 de enero de 2016

La puerta del Edén.

Un tío despeinado, con el pelo rizado, alegre, sí, incluso el pelo, quizás. Me he fijado que tiene un pegote pastoso como de gomina en todo el centro del cráneo, marcando un eje rotatorio y transversal imaginario. Y es que anda dando vueltas por toda la papelería, pero no es que aligere el paso de la clientela, qué va, es su inquietud, enarbolada con su natural alegría danzante y alguna que otra sonrisilla más muletilla pretendidamente simpaticona.

- ¿Cuánto vale? -
- Uno noventa.-
- Pues déjalo. Me ha dicho mi hija que si pasaba de uno cincuenta, que no lo cogiera.-
-¡Hombreee, si es por eso, se lo dejamos a uno cincuenta! –Insertar ahora sonrisilla más muletilla simpaticona-.

Pero me cae bien el tío. Es el de la papelería de enfrente. Siempre voy a hacer fotocopias allí. En algunas pone “Escuela Técnica Superior de Arquitectura”. Entonces, el hombre me mira a los ojos y medio en broma resopla y deja escapar un “difícil, eh”. Luego me dice que su hermano había estado ahí metido, y que se los conoce a todos. En ese momento, le vuelvo a dar vueltas interiormente a mi posible plan B, por si todo sale mal: como meterme a Filosofía y esas cosas.
La otra cosa que siempre me suele suceder cuando vuelvo a la papelería de enfrente es que el ordenador del simpático este no me detecta el pincho. Como en su tienda el tiempo se detiene, como atravesamos una grieta espacio-temporal nada más cruzar el marco de la puerta, se lo toma todo con calma. Bueno, pues vamos a ver aquí, en esta ranura. Bueno, pues vamos a ver en esta otra ranura. Bueno, otra vez en la primera. Mira, chavalote, esto no va – insertar muletilla simpaticona + relatar historias de cuando su hermano estudiaba arquitectura -. Lo volvemos a intentar, si no nada.

Vuelvo con otro pincho al cabo de diez minutos. He tenido que subir a casa y volver a bajar. Atravieso de nuevo la puerta del Edén, el mágico marco tras el cual se detiene el tiempo en una papelería de barrio, entre conversaciones tan intrascendentes que resultan hasta acogedoras, mezcladas con esa bruma paciente que flota en temporada de exámenes. Tengo que ponerme de nuevo a la cola, que fluye despacio, pero el hombre detrás del mostrador está todo el rato de un lado para otro, pero no por aligerar el paso de los clientes, qué va, es que se lo toma con gusto y con calma.