viernes, 30 de diciembre de 2016

Resumen 2016, 2015, 2014 ...

Nada. He existido.
Jean-Paul Sartre.


Esto de mirarse al espejo y encontrarte cada vez a alguien distinto puede parecer preocupante. Pero tampoco. Es la habitual ceremonia de poner las cosas en su sitio, un pequeño parón, detenerse en el oasis y decirse a uno mismo un “bien, veamos qué es lo que llevamos”. Es el pertinente recuento de daños que viene después de cada aventura: cada incursión, cada escaramuza deja su rasguño pequeñito, cada paso dado contribuye a gastar un poco más la suela de mis zapatillas hasta que llega el momento en que un agujero te hace tocar el suelo de forma explícita. Eso es mi calzado y yo, que suelo ir a pie a todas partes por pereza, pero dejad que me explique, simplemente voy andando porque sé que de esa forma depende única y exclusivamente de mí mismo el tiempo que empleo en llegar a mi destino, de lo contrario empiezo a ponerme nervioso si el bus urbano se dedica a jugar con mi tiempo, que siempre es justo y está mal calculado, y a dedicarle más de lo normal a cada parada, recreándose el conductor en la tarea de devolver el cambio a los nuevos pasajeros y etcétera, etcétera. Por eso, hilando con lo anterior que iba diciendo, reitero: cada segundo mal contado te deja una huella irreparable. Y no puedes hacer nada. O tal vez dos cosas: lamentarte del tiempo perdido e intentar buscarlo o, segunda, dejar pasar las cosas, que sucedan a su aire, inevitablemente. Y mientras sigues mirándote, sigues con el recuento de los malogrados segundos de tu vida.

Más que nada, hablo de recuento por parecer obligado el hacer la lista de las desgracias que ha dejado el año a su paso por nuestra personal historia. Dicho esto en sentido melodramático. Tampoco es eso. Tampoco sé lo que es. Sé lo que no es. No es ningún logro haber sobrevivido de nuevo hasta el punto en que nos encontramos (bueno, siempre con matices y dependiendo de qué situaciones). Simplemente las cosas suceden una detrás de otra, tú las tomas "bien" o "mal" y todo junto te proyecta adelante en el tiempo. Quizás exista un componente romántico que aligere un poco la situación, algo así como la libertad sartreana.


martes, 4 de octubre de 2016

Muerte


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Cesare Pavese


El otro día paseaba de noche y un cartel gastado, pegado en una puerta de madera y color verde. Con letras mayúsculas toscas rezaba: Prohibido aparcar, se llama a la grúa. La escena era trágica. La puerta no abría más que a un solar abandonado, cercado entre paredes semiderruidas y con varias pintadas en sus muros, sin cubierta alguna que le protegiera de la intemperie. Y justo delante de la puerta verde donde el cartel estaba apostado, había aparcado un coche, sabedor de que aquella sentencia jamás habría de cumplirse; se había convertido en el eco de un tiempo pasado, en la prueba de la muerte de aquel humilde ser edilicio que hubo luchado por ser reconocido en su pequeña esquina de la calle.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Apatía.

Evitar las malas compañías: gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Compañías de zombies, seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo está vivo.
 El arte de amar, Erich Fromm
 

Ahora tengo este aparato entre las manos, negro, de reflejos plateados. De antiguos reflejos plateados, cierto, ahora es un tubo roído a intervalos de sucia plata. Y, ¿qué hago? Oh, sí, me dejo llevar, es la apatía, y el pensamiento se transporta harto de cansancio y explora otras cosas. Bajo la bruma sonora, como un refugio, como un autómata con su aparato, hastiado, angustiado, apático.

Luego es necesario atender a ciertos convencionalismos, afirmar sin saber qué te han preguntado, participar en la medida de lo posible de conversaciones triviales, estúpidas, huecas. "Buf, qué frío hace". Después regresamos, el fútbol suena en la radio, algunos gruñidos incomprensibles o mismamente triviales, como antes. La apatía, el silencio, yo callo y observo con pena la patética escena. Me invita a huir, a fugarme inventando, a escapar imaginando a cualquier lugar que no me haga partícipe de este teatro funesto. 

Llego a casa y me quito la corbata. La dejo donde estaba.

martes, 5 de julio de 2016

Amor


Estás en un rincón de la cama, deshecha, hundida, ahogada en lágrimas delante de mí y no puedo hacer nada, solo esperar, solo consumirme en el suelo mientras lo golpeo sin cesar y me retuerzo de dolor y lleno de gritos el vecindario que escucha la patética escena. Solo me queda soportar la impotencia de estar cerca de lo que más quiero y a la vez tan y tan lejos. Me convierto en una criatura indefensa que se resigna a su trágico destino y se rinde sin poder hacer nada, sin tan siquiera abrazar a quien sabes que más lo necesita, a quien sabes que tan solo busca el calor de un abrazo cálido como la más pura y blanca luz.

Y luego resucito. Mi luz vuelve a iluminarme y se me acerca y me limpia las mejillas, me aprieta fuertemente contra su pecho en un tierno abrazo y con una voz suave me dice que no llore. Ahora me miras a los ojos y esbozas la más mágica, sincera e inocente de todas las sonrisas. No puedo más que callar y contemplarte, llenar mis ojos ahora de alegría, recorrer con la vista tus mejillas sonrojadas. Esa mirada vence al tiempo, lo significa todo, en su silencio todo lo dice, una mirada que únicamente es amor y que prende una llama que se encuentra en lo más hondo, que me dice “te quiero” de la forma más sencilla y hermosa. Y de pronto nos reímos por cualquier cosa tonta, nos sonamos los mocos como niños el uno al otro, con el mismo pañuelo, y nos abrazamos. Nos hacemos más fuertes con cada bache.

Mi jardín está lleno de rosas. ¿No es un descubrimiento magnífico? Seguramente lleven ahí desde la primavera, pero yo las he descubierto hoy, maravillado. He subido por la pequeña cuesta y me he acercado para verlas más de cerca. Me sorprendo sonriendo y descubro que soy feliz, más feliz que nunca.

Gracias.

miércoles, 22 de junio de 2016

Pisar

Ya el acto de poner en contacto ambas superficies, la de la piel de la planta del pie y la del alicatado mugriento de la cocina, supone un placer tan auténtico, tan efímero y tan gratuito que es hasta hermoso, mágico, asombroso. Así que me levanto entre sábanas sudorosas, ambientado por el periódico, metálico y extraño ruido del chocar de las persianas con el cristal, aún con la bruma del adormecido en la cara y, en ese momento, piso. Piso el suelo fuerte, piso el frío suelo y prosigo en el pisar, una y otra vez piso, repito el gesto, el danzante movimiento de pisar, pisar y pisar. E invadido de una ancestral alegría abro lo ojos maravillado tan solo por el pisar; pisar y palpar con el pie resbaladizo el tacto de la autenticidad; palpar y pisar con la desnudez explícita de un pie amotinado e imparable, que no cede en su empeño de seguir pisando; pisar y contemplar cómo va tornándose paulatinamente negruzca la parte de debajo del pie y ,entonces, recordar pisadas de la infancia, recordar pisadas de todas las clases: blandas, duras, suaves y rugosas, dolorosas y puntiagudas, incluso sangrantes, pisadas que se deslizan, pisadas omnipotentes… Pisar y pisar hasta estar frente a frente con el frigorífico y beber el brick de leche frío y de forma triunfante para volver pisando fuerte y derechito al comedor, hasta el sofá, hasta encontrarse uno con la pausa del ambiente del salón a una hora prudente de la mañana.
Para mí el tiempo no pasa mientras bravuconamente piso, no pasa para mí, habiendo terminado exámenes, teniendo la mente tan dispersa ya que puede hasta deleitarse en ese anodino hecho. Pero en el salón aún hay quien sigue de exámenes, quien no puede compartir estos momentos de estúpida felicidad. Así que ahora piso prudentemente de puntillas hasta el sofá y me acomodo, me estiro y gozo del tacto blando de los cojines. Pero en silencio, que aún hay quien estudia.

jueves, 26 de mayo de 2016

En el ojo de la tormenta


Hay personas que te turban, que te inquietan, por las que te sientes extrañamente atraído, atraído por su mente, por su ser que ahí dentro yace en el mismísimo fondo de la tormenta; y buscando un pequeño intercambio de palabras estúpidamente sueltas cualquier cosa con afán de parecer mínimamente interesante. Esas personas pueden ser aún más estúpidas que las palabras que has soltado para cautivarlas. Pero te da lo mismo, solo quieres saciar la curiosidad del espíritu, algo así como una sensual conexión entre almas que no puede estar más alejada de la carne, de la mera atracción sexual. Es un bello paseo entre almas libres e inocentes, sensibles criaturas que aún buscan su lugar en este mundo y se confortan al encontrarse en la misma situación.

martes, 10 de mayo de 2016

La espinita de la nostalgia.

 
Mi nombre siempre le ha parecido raro a la gente, o ha despertado curiosidad como mínimo. Hay personas a quienes incluso les sonaba divertido. Tiene sus puntos a favor: la gente suele acordarse de él. Aunque lo más normal es que se acuerden de que mi nombre sonaba extraño pero no se acuerden de cómo era realmente y entonces inventen versiones de lo más divertidas. Derivados de frutas, hortalizas, hasta juegos bastante estúpidos de palabras, incluso. Añaden letras, sílabas, o las quitan. Tomé, Tomeo, Tomero, Tolomeo, Timoteo, Romeo, Romeu, Tomás, Tadeo también… y un largo etcétera. La situación suele ser la siguiente:
 
-Hola, soy Tomeu-.

-¿Qué?/¿Cómo?/¿Tomeu, has dicho?-.

-Sí, Tomeu, con “u” al final-.

-¿Es portugués o algo?- me dijo un profesor de historia el mes pasado. Se lo conté pero no me prestó demasiada atención. Pero luego se acordaba de mi nombre perfectamente, y me hacía gracia. Bueno, o como he dicho antes, se acordaba de que era algún nombre raro.
Lo siguiente es explicarme, sí, bueno, es que soy catalán, de Barcelona, y vivo en Soria pero he acabado estudiando en Valladolid y…
 
-¿Y qué haces aquí?- esta es un poco fulminante porque es una pregunta que hasta yo mismo me hago y acaba por revolver mis entrañas.
-¿Y qué opinas de la independencia de Cataluña?- esta me la ha hecho algún portero de una discoteca después de que le enseñara el DNI.
- No jodas… ¿eres mallorquín? Ese nombre es de Mallorca–. En ese momento se me iluminaron los ojos. Puede que incluso se me humedecieran. Lo que estaba claro es que no podía ocultar mi sonrisa. Qué cosa tan maravillosa. Qué pequeño y hermoso suceso. Qué pequeña casualidad tan oportuna… Ambos, divertidos, un tanto asombrados, con la espinita de la nostalgia dejándose entrever y vibrando ligeramente conmovida en nuestro interior. Me hizo especial ilusión escuchar unas pocas palabras en mallorquín, fue como un suave cosquilleo placentero de un sonido familiar y lejano, íntimo.

lunes, 14 de marzo de 2016

Pasar y huir.

No éramos nosotros, era la atmósfera de la sala que estaba adormecida y se pegaba en la piel, subía por las paredes. Nosotros no podíamos hacer nada. Solo esperar tumbados en el colchón mugriento y tan apetecible a que llegaran los kebabs mientras dejábamos diluir el tiempo, riendo de vez en cuando, a ratos callando y dejándonos llevar en un silencio cómodo. En esos momentos, uno posee la extraña cualidad de abstraerse completamente, como de pasar a un segundo y extraño plano, contemplar los felices rostros de quienes te rodean, contemplar cómo avanza el lío en el que nos hemos visto involucrados, sin posibilidad de rechazarlo, sin tiempo para detenerse si quiera a escoger adecuadamente y, ya sin habernos dado cuenta, pasar al inmediato y siguiente instante, unos segundos más viejo, ineludible, inexorable, inapelable; y quedan pequeñas estampas difusas que te provocan un pequeño y fugaz escalofrío, quedan gestos, gestos en instantes que solo el azar quiso poner en su lugar.
 
¿Y es que nadie ha pensado en el inconveniente de haber nacido? Tampoco debemos, es una batalla perdida. Y es en un paseo, con la realidad fría del aire de cada mañana, como un sollozo húmedo chocando en tu piel, cuando, caminante, te de das cuenta en todo tu silencio de que solo has venido aquí de pasada y de que solo sabes (y puedes) seguir, sin saber adónde, pero seguir, seguir y seguir.
 
Me gusta cambiar siempre de ruta, ver piedras viejas que ya roídas yacen sus esquinas por la erosión, esquivar gente ocupada, ajetreada y con un destino fijo y seguro (¿para qué?) y ver, a veces, y por suerte, un cachito de azul del cielo entre algunas nubes blancas: la simpleza.
 
Me gusta jugar a haber podido adivinar el destino, verme en cualquier otro lugar. Pero siempre pienso que cualquier fantasía es menos perfecta que la mía y propia, la que encierran mis días cotidianos. Solo es el contemplarlos, fijarse en las minucias y sorprenderse de la belleza.
 
Pasar y huir, esa es una máxima. No esperar nada, tan solo creerlo todo, o huir de ello, o no creer en nada; definitivamente, pasar por en medio sin saber cómo.
 
Extender las velas al cielo y llenarlas de posible espacio. Y tiempo. Dejar volar la mente. Dejar que vuele todo.
 
Alguna vez caes, te acercas, sientes el rozar de la tierra, de la arena, del suelo, que ahora arde como las sábanas, la carne. Ardes como ellas, te entrelazas, te enredas. Pero sigues… ¿Seguirás? ¿O te quedas, caminante?
 
Pasar y huir, esa es la pregunta y también esa es la respuesta.
 

miércoles, 17 de febrero de 2016

El caos se resuelve con espuma.

Hay hechos sorprendentes que solo atiendes a su existencia si te detienes cierto tiempo, con tranquilidad admirable, y prestas absoluta atención a los pequeños detalles. Si llegas a tal punto, consideras lo siguiente: No cabe posibilidad alguna de aferrarse a nada, ni siquiera a un clavo ardiendo que se yerga como castillo inexpugnable para la razón; en ese caso, el viento de las casualidades lo derribará como si se estuviera tratando de un castillo de naipes. Y te das cuenta, seguidamente, de tu desnudez.
 
Varios ejemplos:
 
Entré en un chino a comprar un rollo de plástico de embalar de burbujitas de aire. Mientras me detenía junto al estante a recoger lo que andaba buscando, entró una mujer mayor, viejecita, pidiendo a gritos, por favor, un abrecartas. El dependiente no entendía bien qué era aquello que le pedía la señora y en un ataque de pragmatismo chino le señaló unas tijeras.
 
Existe un bar en el que, si quieres emprender tu viaje a los baños, has de pasar necesariamente por unas escaleras y, en un exacto punto en el que convergen (para algunos) misteriosas fuerzas paranormales, has de agachar la cabeza para no darte un golpe. Supone una prueba memorística indiscutible para aquellos clientes habituales y olvidadizos. Sin embargo, en vista de amargas experiencias, se optó por colocar una espuma amortiguadora en ese lugar justo en que la cabeza vendría a impactar melodramáticamente.
 
Un hombre decidió que escupir a la derecha era la mejor decisión que se podía tomar justo en el mismísimo momento en que le avanzaba yo, con paso firme, por ese lado. No había tenido en cuenta esa posibilidad. Me miró aturdido, medio disculpándose. Yo simplemente quedé maravillado ante la mágica sucesión de casualidades.
 
Fuimos a desayunar mi hermano y yo. Pedimos un croissant con mantequilla y mermelada, crujiente, tostadito. Mientras mojábamos la puntita del croissant en el humeante café con leche, supongo que quiso el universo conspirar para que se alinearan mágicamente los astros: a la hora de pagar el magnífico desayuno, descubrimos que un misterioso caballero ya había saldado esa cuenta por nosotros.
 
Una vez me tomé un café tan malo en la facultad que con alegría pude decirme a mí mismo que el que hacía yo en casa era infinitamente mejor.
 
Caminando, aborreciendo el cielo gris, nublado, la lluvia fina y molesta, el semáforo que acababa de ponerse en rojo y el pesar de mi pensamiento, al alzar la vista, unos ojos fugaces y una sonrisa anónima al otro lado de la acera. Tampoco era tan mal día, al fin y al cabo.
 

miércoles, 27 de enero de 2016

Lo que pienso de la última de Star Wars.

Cosas que eran evidentes: hicieran lo que hicieran, el acontecimiento iba a ser de tal magnitud e iba a causar tanto revuelo, que la inversión acabaría resultando un éxito. Con la excusa anterior, lo siguiente era desenterrar un universo y una saga ya de por sí muy exprimida e intentar renovarla, rejuvenecerla, o contar cualquier cosa nueva. O no, claro, también estaba la fácil solución de vivir del cuento, de sustentarlo todo a base de personajes mitificados, homenajes por doquier e ir tirando con todo, que ya salía solo. Pero bueno, no me sorprende, la película siempre se había pretendido como un homenaje a la trilogía original, como un reacercamiento a aquellos fans que miraron con malos ojos a los tres primeros episodios que, puede ser verdad, se alejaron de la esencia primigenia de la saga. Así que, partiendo del hecho de que, evidentemente, iban a buscar aprovecharse de las referencias y los reiterados homenajes para así reflotar la parafernalia de Star Wars y enlazar con todo el nuevo contenido que iba y está por venir, voy a decir por qué me ha parecido todo una chapuza.

La idea de Star Wars era bien sencilla. Antítesis clara y esquemática y que funciona perfectamente, de maravilla: una férrea y autoritaria maquinaria como el Imperio, controlada en su seno por unos personajes malignos, movidos por el lado oscuro, por la ambición, es más, por una insana ambición apasionada y desenfrenada. En el lado contrario, las fuerzas rebeldes, luchando por una noble causa, por la democracia, la heterogeneidad y, análogamente, asociados al lado luminoso de la fuerza, que representa la sabiduría, la moderación, el Bien, en definitiva. Ambos bandos están enzarzados en una guerra civil a nivel galáctico.

No es casualidad que, para reafirmar esa idea de monotonía perfecta y deshumanizada, nos presenten a un ejército de soldados sin rostro, impolutos de blanco, obedeciendo sin rechistar las órdenes de un ser mitad hombre y mitad máquina, oculto bajo un casco tenebroso y vistiendo todo de negro, ensalzando así su posición y su figura, dando a entender perfectamente al espectador, tan solo con la imagen, la jerarquía ahí habida.

Tampoco es casualidad que el ejército rebelde esté formado por un grupo totalmente heterogéneo, desorganizado incluso, con la intención de reafirmar, a su vez, la idea de democracia por la que luchan. Como ejemplo perfecto, la imagen de los pilotos a bordo de sus X-Wing, dirigiéndose a destruir la Estrella de la Muerte, sí, aquel grupo pintoresco y variado de pilotos de varias razas, todos ellos con sus destacadas peculiaridades. Ahí está, perfectamente encajado, Luke. Y no hace falta darle muchas vueltas, Luke es un tipo raro, con sus historias de la fuerza y tal, seguro que sus compañeros le miraban pensando que estaba un poco pirado.

Pues bien, a esa idea sencilla le sumamos unos cuantos personajes carismáticos y la cosa funciona de maravilla. Uno de ellos es Han Solo, un colgado que hace de contrabandista y junto a Darth Vader, del que ya hemos hablado, ya están todos los ingredientes para que funcione toda la saga.

Y bien, esa es la esencia de Star Wars. La chapuza que echa a perder todo lo anterior es la siguiente:

Darth Vader es capital, es el gran villano. Y aquello de que una película se mide por su villano aquí resulta totalmente cierto. En esta nueva entrega nos presentan a un joven patético, un fanboy cutre que adora a su predecesor y al que, indiscutiblemente, no le llega ni a la suela de los zapatos. Vamos a ver, Kylo Ren, ¡tú eres un sith, deberías empezar por ser un ególatra, deberías creérte mejor que Darth Vader! Además, supuestamente Darth Vader queda redimido al final del sexto episodio, no sé qué veneras entonces.

Los soldados imperiales ahora resulta que piensan. ¡Piensan! ¡Ahora los clones se plantean conflictos éticos y dudan! ¡Dudan! ¡¿Qué es esto?! ¿Desde cuándo un clon (que ya no es ni eso, es un recluta) coge y se plantea toda la superestructura ideológica imperialista que lleva metida en el coco y decide desertar? Además, ¿no era un ejército de clones? ¿NO OS CASCÁSTEIS TRES PELÍCULAS PARA EXPLICAR DE DÓNDE VENÍA TODO EL EJÉRCITO DE CLONES? Pero, bueno. Ah, este es un tal Finn, y para mí es un personaje totalmente anodino, tan anodino como su coleguis de viaje, el guaperas ese de Poe Dameron, que está ahí y se pasea y hace cosas.

Las coincidencias. Que el guion se base en coincidencias. Cutre. Y ya de entrada, desde un punto de vista estadístico, podríamos pararnos a pensar que nuestros queridos personajes están en una galaxia de varios millones de años luz de extensión, con lo que esas coincidencias son aún más inconcebibles. Vale, sí, que es una peli de sables láser y aventuras en las estrellas, no hay que pedirle mucho. Pero el hecho de que se encuentren a Han Solo por ahí y se una a la gymkana de buscar a Luke y, azaroso destino, se topa con su hijo que anda por ahí metido y, ¡esperadme diez minutos!, que ahora me preocupo por mi hijo que está haciendo gamberradas. Joder, y encima la palma. Supongo que Harrison Ford dijo “una y no más”, exigiendo, además, una cuantiosa suma. Pero, bueno, cosas que pasan.

La tercera Estrella de la Muerte y sus increíbles ingenieros. Bien, como con dos Estrellas de la Muerte no tuvieron suficiente, decidieron, en un clamoroso intento de demostrar su valía y superar todas las expectativas, concebir un Planeta de la Muerte, gigantesco, abrumador, capaz de absorber la energía de soles enteros y utilizarla para  desintegrar planetas… Vamos, lo de siempre. Lo realmente interesante sería conseguir explicar cómo los ingenieros de la nueva base no han conseguido solucionar los viejos problemas de siempre y cómo una pandilla de estrafalarios personajes sortean todo tipo de dificultades, consiguen toparse los unos con los otros (¡¿otra coincidencia?!) y sabotear la descomunal estructura y, bueno, luego los cazas rebeldes hacen el resto y… NO, TÍO, NO CUELA YA. NO CUELA. ¡Amigos, hay que destruir todo un planeta gigantesco ideado por personas malvadas y con la capacidad de desintegrarnos en un abrir y cerrar de ojos! ¿Alguna idea? Se reúnen y en diez minutos lo tienen, claramente.

...

Después de unas horas, la conversación terminó. Habíamos levantado la voz en aquella cafetería, entusiasmados, comentando la película, escupiendo saliva y gesticulando mucho, moviendo los brazos acaloradamente. Ambos, fieles seguidores de la saga, coincidimos en casi todo. También en lo último: pese a todo, íbamos a tragarnos todas las películas que estaban por salir, a disfrutar del espectáculo de efectos especiales y a emocionarnos con la banda sonora como si fuésemos niños.

El café, junto con un pincho de tortilla increíble, solo uno veinte.