sábado, 31 de octubre de 2015

I.

Desde el primer “como”,
introductorio del apocalíptico arrebato de la belleza,
despierta la mente dormida
y salta a imaginar
(haciendo la revolución predica):
como si los pies que se sujetaran a la tierra
se quisieran alejar de la firmeza
y buscaran sentir el hálito del viento fresco,
revolucionario en cada coma y en cada verso,
en la fulgurante poesía.

domingo, 25 de octubre de 2015

Soliloquio inconexo por conjunción de un diedro y medio.

Había pensado titular esta entrada, primeramente, en un arrebato de pedantería, como “Soliloquio inconexo por conjunción de un diedro y medio”. Se me planteaban serios problemas a cerca de saber, a ciencia cierta, si era más pertinente colisionar uno, dos o dos diedros y medio. A medida que seguía mi irrefrenable pluma escribiendo, reflexionaba concienzudamente, y un destello de luminosidad aclaradora hizo que me viera rendido ante las fauces de la frivolidad, vencido ante un vacío de significado. Haciendo alarde de valentía y transparencia, de sinceridad, decidí retitular mi texto como: “Parafernalia concebida en base a ninguna utilidad práctica”. Pero inmediatamente retrocedí en el impulso, habiendo perdido este toda su ferocidad estética y conceptual. Retorné a la idea primigenia, a sabiendas del embrollo en que me había metido, y supuse que, a raíz de los acontecimientos, un buen título, casi premonitorio del desastre que estaba por acontecer, sería: “El nacimiento de la tragedia”. Pero creo que ahí ya estaba pecando de falta de originalidad, así que pensé no aludir a la tragedia en general, sino a mi única y propia, a la mía en particular: “El nacimiento de una tragedia”. Poco convencido estaba. Girando el papel entorno al eje de mi dedo índice, perdiendo el pensamiento como quien pierde la vista ante un maravilloso y bucólico escenario alpino, quise hacer de este un avión de papel. En el momento en que iba a desprenderme de él, lanzándolo a vagar por dondequiera que lo llevara el viento, caí en lo hermoso del concepto, del surcar de las palabras que en él iban pasajeras. El título se me mostraba ante mis ojos: “El carácter efímero del verbo”. Pero rehuí de tal abordaje conceptual; buscaba algo más accesible. “ El avión de papel”; “El caso del avión de papel y las palabras que llevaba consigo”; “Las palabras pasajeras”. Aquello me parecía ya una cursilada sin precedentes. Enfadado de nuevo con la existencia, irritado con el todo y la nada, el absoluto, di rienda suelta a mi imaginación, creyéndome un buceador del subconsciente. “Sobre voluptuosos encuentros entre intrincadas categorías y cerros nevados”; “La caída inadecuada de la luz matutina en el pozo de enfrente”; “El saber retorcido del paso de los granitos de arena por el estrecho cubículo que todo ello conforma un reloj de arena”; "La mirada consciente del reptil hiriente”. Se acabó, joder. Ya vale. Hala. Punto. Me he cansado. Lo dejo todo como estaba.