miércoles, 19 de noviembre de 2014

Leve y breve.


Está lloviendo. Ya era hora. Está lloviendo. No sé quién me ha empapado de su gusto por la lluvia. Supongo que nadie, por eso me gusta; o supongo que… por eso me gusta.

Joder, saldré a mojarme y quedarme quieto mirando cómo cae. Sí, qué gusto. Suena. Y todo es gris. Y empieza el frío, y corre el viento, y el pensamiento, porque la lluvia limpia la mente.

Han sido cuatro días raros. Han sido cuatro días efervescentes. Han sido cuatro días y hacía falta uno de color gris, lluvia. Se acabó el cínico sol que todo lo quema. La lluvia y el frío mienten poco. El sol por lo transparente hace arder.

Me gusta encapotarme. Paseo encapotado, cobijado por la música de mis cascos, armonizado por la levedad sonora de las gotas de lluvia. Y el cielo queda tendido en mis brazos, y puedes acariciar…

Luego me preguntó que qué me pasaba. Supongo que tengo el pecho un poco encogido, pausado…

-Supongo que…

Llegó aquel encuentro. Llegó la lluvia.

Como cuando un ejército de membrillos invade la casa con su aroma, apostados frente al cuadro que contemplará la putrefacción paulatina de los olores, la sucesión leve de los colores que terminará en un azul perpetuo. Al menos, consiguieron que el polvo fuera más soportable.

Como cuando un leve y breve rayo de luz atraviesa la ventana, chirriando destellante, insoportablemente ínfimo, insoportablemente huidizo que poco a poco mostrará tenuemente todas las partículas flotantes. Al menos, consiguió que el polvo fuera más soportable.

Como cuando partes un hilo de telaraña, invisible e impasible, atravesado en el vacío de la sala y que poco a poco seguirá tejiéndose marginalmente, en la esquina opuesta del espejo que te refleja en toda tu imperfección. Al menos, consigue hacer al polvo más soportable.

Como cuando desestimas las palabras sordas, los gritos apagados, las voces dormidas que salen de la pantalla y fijas tu mirada en el vértice donde se cruzan todos los imposibles. Al menos, consigue que el polvo sea más soportable.

Cuando resulta inexplicablemente ese cincuenta por ciento menos probable y tu espíritu, enfrentado al consenso, marcha al exilio. Cuando sus miradas se cruzan pero caen incoloras, presas de la inseguridad, tus pupilas apagadas. Cuando la fina hierba aún con el rocío hace daño a la piel y al alma. Cuando tu propio soliloquio interno destruye cualquier esperanza.

Al menos, la lluvia hace que el polvo sea más soportable.



miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sobre los límites.

Igual es tan tarde que empieza a ser demasiado pronto; podría ser prontísimo para empezar a confundirse con demasiado tarde. Pero no pasa nada, estoy a mis anchas, estoy donde quiero estar porque se ven las estrellas si abro la ventana. Me he visto saliendo del cine. He salido al exterior. Hacía bastante tiempo que no trascendía hacia ese mundo expansivo y sin límites, hacía tiempo que no me sumergía en ese mundo. Lo echaba de menos. Y es que mi fibra sensible, quizás, sea la ciencia ficción. Hemos seguido paseando después de casi tres horas de película y yo le seguía dando vueltas al mismo momento. El dilema trascendental. La elección que inevitablemente va a guiar el futuro de toda la especie. Es uno de esos momentos en los que tocamos los límites de lo real y nuestra condición de imperfectos humanos nos delata. Miro hacia arriba y me transporto. Ya estoy a bordo.

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Moondog. Cosmic Meditation. 20 min. aproximadamente de inquietante tranquilidad sonora espacial.

Se encienden los motores y se inicia el despegue. La misión está clara: explorar la infinitud del vacío, más allá de nuestro planeta, en busca de un lugar donde volver a plantar las semillas de nuestra civilización. Nuestro planeta agoniza, se muere, respira aire intoxicado, polvo de podredumbre que lo entierra todo como aquellas hojas amarillas del otoño. Tiempo. Tiempo. Más tiempo. Pero este escasea, y a veces pasa lento, o demasiado deprisa, no lo sé, es relativo. El tiempo que transcurre y nos acerca a nuestro objetivo a su vez aproxima a la humanidad hacia el fin. Sobre esa base jugamos. Ese es nuestro tablero de juego. De pronto, los astronautas se encuentran colgados en la inmensidad. Los cálculos pueden fallar. Nuestras matemáticas también son humanas. ¿Y si fallan? ¿A qué nos sujetamos? La racionalidad queda invadida por nuestras almas. Cada aliento es un cálculo, cada gota de sudor es una cantidad exacta de energía, cada suspiro, cada esfuerzo, cada parpadeo es un segundo de vida. Las decisiones son binarias; no se puede apelar a los sentimientos.

Primer dilema. De nosotros depende la supervivencia de la especie. Sale el capitán con expresión magnánima y empieza la asamblea de tres: el ya mencionado capitán, la doctora experta en física de la relatividad y el astrofísico afamado y apasionado venerador del cosmos. Debemos atravesar un espacio de distorsión temporal y cada minuto que pase será equivalente a unos cuantos años en la Tierra. Inevitablemente hay ambiente de tensión, terror. Todo cuanto conocemos puede que se esfume en el transcurso de unos minutos, allá en nuestro hogar, mientras nosotros apenas lo inadvertimos. Puede ser que viajemos demasiado rápido y cuando regresemos ya todo se haya ido. Estamos solos. Colgados. Nadie nos oye. Tenemos una gran carga sobre los hombros, la carga de la responsabilidad. Pero, ¿somos capaces de renunciar a todo cuanto queremos por la razón de actuar por esa causa superior, tan lejana? ¿Y si es aquello a lo que renunciamos la causa por la que luchamos? ¿Y si son todas las personas a quien amamos? El debate es intenso. Tres simples mortales acarician los límites de la inmortalidad. El valeroso capitán, de sólida moralidad, duda en si retroceder. La doctora medita, preocupada, incapaz de atisbar algún argumento moral en cualquiera de las dos soluciones. El venerador del cosmos asiente y se resigna ante la inmensidad incomprensible de la realidad y nuestra condición de granitos de arena esparcidos entre las estrellas aunque, finalmente, cree que debemos seguir adelante.

Segundo dilema. La decisión está tomada. Pero el acuerdo no era general. La duda. No somos ordenadores que tomemos decisiones binarias, apreciamos los matices, nos venimos abajo, surge el remordimiento, da paso a la desconfianza. El astrofísico venerador de las estrellas duda de la debilidad emocional de los otros dos. El capitán duda del excesivo idealismo del loco científico. La doctora piensa que la heroicidad vanidosa del capitán puede hacerle tomar decisiones imprudentes. Se observan unos a otros en el silencio, entre el sonido armónico de los controles de la nave. Los ojos están inyectados en sangre. No hablan. La convivencia se hace difícil. El límite de la cordura no existe. Joder, ¿existe algún límite allá arriba? ¿Importan los valores humanos si la posibilidad de regresar poco a poco se desvanece, junto con la esperanza? ¿Dónde acabaremos si no es perdidos en el espacio? ¿Dónde acabaremos si no es engullidos por la negrura infinita? Pero hay que recordar los objetivos. Hay que recordar la misión. Hay que recordar la causa.

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El camino de vuelta a casa. Estamos metidos en los personajes. También nos sentimos encogidos de esa sensación de exceso de vacío, de soledad natural. ¡¿Y si fuésemos uno de nosotros?! Eso me abruma. Me excita. Pensar en que la humanidad puede pender de un minúsculo hilo sujeto, incluso, al más mínimo suspiro de alguno de ellos.

-Imagínate la situación, tío, imagínatela. ¿Qué hay más romántico que un astronauta perdido ahí, arriba… en el espacio? Buah, ni Canción del Pirata ni nada: ¡La Canción del Astronauta!-

- Yo es que pienso en un tío en silla de ruedas, invitándome a echarme un cigarrillo mientras va diciendo aquello de: puede que estéis viendo esto, eso quiere decir que el Plan sigue su curso, puede que no haya nadie delante de este holograma…-

Pink Floyd. Interstellar Overdrive. 9 40 min. Colgados de los hilos colgantes, punzando las estrellas.

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Tercer dilema. El viaje de vuelta. La misión se ha terminado, pero no todo ha ido según lo planeado. Ha habido sacrificios. Nunca nada va según lo planeado. Ha habido sacrificios. El capitán ha demostrado su valía en un acto heroico. La física relativista ha conseguido los resultados. El astrofísico no está. El astrofísico se ha aferrado a la ciencia maníacamente, ha perdido su mente que se ha fundido con el espacio. Y ambos vuelven a poner los pies sobre la Tierra. Pero ya nada es igual. Todo el mundo está preparándose para empezar de nuevo, para partir hacia otra estrella, y ellos son los que los han mandado al exilio. Exiliados del hogar. Aún quedan unos pocos años, pero todo seguirá su curso. Habremos acabado por devorar este planeta y huiremos de él buscando otro nuevo horizonte. Del capitán se pierde la pista, no vuelve jamás a aparecer, pero nadie olvidará que fue él quien empezó todo esto. Aparecerá en los nuevos mitos de la nueva era. La física ha quedado sumida en un letargo mental profundo. Ahora vaga entre el polvo y los demás restos que siguen, a su vez, pulverizándose. Pero nadie olvidará que fue ella quien empezó todo esto. ¿Deberían haberse quedado colgados?

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-Tío, no sé. Cuánta epicidad. Yo también me siento vacía-  Y se ríe.

-Oh, dios. Deberíamos ir a tomar algo y hablar de todo esto. Es más, en cuanto llegue a casa me pondré a escribir. No sé, me he quedado flotando.-

Luego nos fuimos, cada uno a su casa. Y me metí en la cama queriendo ser astronauta.