lunes, 28 de julio de 2014

El Tambor Remendado.

“En otro espacio completamente diferente, la madrugada envolvía Ankh-Morpork, la más antigua, grande y sucia de las ciudades. Una lluvia fina caía del cielo plomizo y perforaba las nieblas del río que serpenteaban entre las calles. Las ratas de diferentes especies se dedicaban a sus ocupaciones nocturnas: cobijados en la capa oscura de la noche, los asesinos asesinaban, los asaltantes asaltaban y las busconas buscaban. Etcétera, etcétera.”

Era otro espacio completamente distinto: las bebidas de diferentes especies se esparcían por el suelo de la plaza. Los botellines de las cervezas de todas las marcas seguían una sucesión aparentemente lógica, tiradas por el suelo. Dos de una aquí, tres de otra allí. Un murmullo de entreacto había sucedido al descanso de las tres de la orquesta y la plaza se había medio vaciado momentáneamente. La verbena descansaba y se tomaba un respiro.

“El interior del Tambor Remendado era ahora legendario y había pasado a la historia como la famosa taberna de peor reputación de todo el Mundodisco. Los clientes eran los habituales héroes, asesinos, mercenarios, criminales y villanos, y sólo un análisis microscópico habría podido diferenciar a unos de otros. Espirales de humo reptaban hacia el techo, quizá para no tocar las paredes.”

Una cochera abierta, dos camareros apoyados en la barra y un par de clientes en stand by. Entramos tres de nosotros, decididos, a por unos chupitos. El camarero nos ve venir. Su rostro fruncido está acentuado por sus arrugas surgidas de la antipatía. Tiene un pendiente en una oreja y una mirada arrogante. Cuatro pelos mal afeitados sobresaliendo en su cara puntiaguda. Enseguida se pone a la defensiva e intuye que somos unos jóvenes tocapelotas que vienen a reírse de él. No puede permitirlo, así que jugaremos a “ver quien es más listo”.

Pide Sam. “¿Cuánto valen unos chupitos?” El tío no se va a dejar engañar. Esa pregunta puede resultar absurda y seguro que tiene un trasfondo malévolo y burlón. Está claro que el precio varía dependiendo del contenido y estos chavales van de listillos y solo quieren vacilarle. El camarero escupe una respuesta a la altura. “Depende de lo que os ponga. Si queréis os pongo tres chupitos de agua, eso es lo más barato. ¿Whisky? Si queréis… como si os pongo lejía”. Nosotros le seguimos la broma. Nos reímos. Igual era que tenía complejo de idiota, pero el caso es que se sintió ofendido de que siguiéramos con el juego que había empezado él. “Ya sé, vosotros venís aquí a reíros de mi. No soy idiota, ¿sabes? Aquí no me ando con tonterías…” En verdad no sé si diría eso, solo veía como discutía con mi amigo y escuchaba algunas palabras sueltas. Yo me limitaba a reír y a mirar a mi otro colega por encima del hombro de Sam, que estaba en medio, entre nosotros dos, haciendo papel de diplomático. Le pidió el carné y Sam, extrañado, se lo extendió soltando “¡Pero si tengo veinte años!”


Lo siguiente fue lo más divertido. Al ver como me reía y le dirigía una mirada cómplice al otro de mis colegas, el audaz creyó habernos pillado en plena conspiración. “Y este de aquí que se ríe… - se refería a mí-  Os saco la vara de madera que tengo aquí detrás y os doy a los tres, así”. E hizo un gesto un tanto ridículo simulando ser poseedor de su vara de madera. Acabó por echarnos, apuntando con el dedo hacia fuera de la cochera. Un tanto indignados nos fuimos de aquel pequeño antro, atravesando la plaza, entre el  silencio del descanso de la verbena.

domingo, 6 de julio de 2014

Lágrimas Dulces.


De madrugada escribo. A mi derecha tengo un sombrero colgando de la pantalla del ordenador. Una botella de cerveza italiana haciendo turno de guardia a mi izquierda. El hombre de la etiqueta, el señor Moretti, me mira fijamente. ¿Qué quieres, señor Moretti? ¿Quieres hablar? Hablemos. El silencio imperante se puede quedar de testigo mientras conversamos.

La verdad siempre se queda callada hasta la madrugada. Espera hasta las últimas horas para mostrarse. No le gusta el barullo de la gente, prefiere la cálida y cercana calma visceral. La noche es perfecta. No tiene prisa y es seductora. La noche te descubre a las personas. Pero es al final de la noche cuando lo has visto todo. Recuerdo un amanecer en medio del mar y que la confianza propia de amistades ya viejas se notaba en nuestras palabras. Una ráfaga suave y salada nos acurrucaba de espaldas al sol naciente, naciendo en el Mediterráneo. Habíamos sobrevivido a la fugacidad nocturna y mágica.

Los momentos se añoran, pero en los recuerdos se vuelven a vivir. Las lágrimas suelen ser saladas, como el mar salvaje. Pero hay que conseguir que sepan dulces de añoranza tierna. Tengo la foto delante de mi, señor Moretti. Estamos los tres haciéndole una mueca al ocaso de la oscuridad y con el inmenso mar, que inspira respeto, al fondo, impasible. Una banda anaranjada difuminada con el cielo que poco a poco se aclara. Pasábamos entre Córcega y Cerdeña.

No teníamos prisa, para nada. Aunque sabíamos que el final se aproximaba. Tenuemente se iba haciendo de día y volvíamos a la realidad. Y a la noche siguiente, lágrimas dulces de despedida. Ahora estamos tú y yo, escribiendo de madrugada. Pero eres una triste cerveza vacía haciendo turno de guardia, reposando encima de la torre de mi ordenador. Llevas nombre italiano, señor Moretti. Y estuviste en el mismo sitio que yo desde aquel primer día. Pero no sentías lo que nosotros, cruzando el estrecho con el sol a las espaldas y la brisa salada.

Esto es por vosotros.

martes, 1 de julio de 2014

VII

Y esta piel que vivo,
gruesa como piedra pura,
es de zarza por dentro.
Y me consume,
me consumo a mi mismo.
A veces por dentro vacía,
busco a alguien
con quien llenarme.
Y no encuentro a nadie.
Y sigo vacío.
Refugiado en mi aparente coraza
con zarzas por dentro.