sábado, 29 de marzo de 2014

Escúchame.

Escúchame, escúchame una vez más. Hoy ha sido uno de esos días en que me he sentido pequeño. A veces pienso que sólo tú estás a mi lado, hoja en blanco que aguarda mis palabras. Otras veces pienso que escribo mis quejas al tiempo, que las borrará poco a poco. El tiempo juega malas pasadas. Deja que pasen las cosas, que lo bueno dure poco y lo malo se alargue hasta lo insufrible. Aunque siempre podemos resignarnos.

 Pero hoy te escribo porque he visto un poco de esperanza. He visto como  una mirada de comprensión llegaba hasta dentro de mi alma y me iluminaba ténuemente, desde dentro. Aquella mirada bondadosa, acompañada de una sonrisa misteriosa y cálida. Aquella mirada que me decía que no estaba solo. Se acercó a mí. Sucedió todo tan deprisa…

 El tiempo apagó nuestro último beso y lo dejó en el olvido. Esta noche me la he pasado en vela, preguntándole a las cosas por qué pasan, por qué te dan la luz en medio de la noche para volver a quitártela. Y sé que tú no me escuchas, pero sé que al menos tú no puedes abandonar, hoja en blanco que aguarda mis palabras.

domingo, 9 de marzo de 2014

Diseccionando el arco iris.

Ayer asistí a una clase de disección del arco iris. Bueno, vale, no era una clase, era la presentación de un libro de poesía. La vida se resume en seis o siete colores, los que forman el arco iris, que dan tono a nuestras emociones. Eso era la base del libro. Descuartizando los colores, buscando su esencia y explicando la vida, más bien el amor, a través de ellos. Bien, pasando por nigérrimo o el violeta,  el verde, azul y rojo y todos los restantes que no me sé que salen fruto de la poética refracción de la luz al atravesar las gotas de agua, me di cuenta de que la vida, explicada en colores, no se parece nada al arco iris. Para mí sería más parecido a esto:


Sí, un cuadro de Jackson Pollock. ¿Veis vuestra terrible infancia, arriba a la derecha? ¿O alguna de aquellas aleatorias anécdotas? Creo que están por el medio. Sí, oh, la vida es de colores. El negro de la muerte, el rojo pasión, el verde de esperanza… y el castaño de tu pelo, el azul turquesa, el gris hojalata o el color número 123 de la paleta de colores de Photoshop. Juntémoslos todos, pintemos nuestros recuerdos a pinceladas y seguramente salga la imagen más caótica que podríamos imaginar. Nuestra idealizada existencia se desmorona en un cuadro de Jackson Pollock. Pero para la autora de ese libro sólo existían seis o siete colores (¿cuántos tiene el arco iris?).

Voy por partes. El caso es que había ido a la presentación de un libro de poesía. La “original” idea del libro era ordenar los poemas a partir de los colores que he dicho. Bueno, sólo decirlo me parece una cursilada. ¿A quién se le ocurre descuartizar el arco del cielo y reordenarlo con poemas enganchados, no sé ni si con mala cola, y expresar algo…? No sé. Lo único que me sirvió de todo aquello es que empecé a pensar. Sí, estaba de acuerdo, al menos, en que el poeta es una clase de pintor que utiliza palabras como pinceladas. ¡Pero no los colores del arco iris! Voy a mirar al cielo, un día después de llover, y queda representada la vida. Luego me pongo a cantar “Somewhere over the rainbow” y todo se vuelve de color rosa.

Jackson Pollock. Pensé en la manera de representar la vida por medio de la pintura. Y creo que la vida debe de ser algo desordenado, inexplicable, aleatorio, caótico. Es curioso saber que hay estudios sobre la obra de Pollock que demuestran que sus obras siguen, asombrosamente, un orden matemático. Sus obras son fractales, es decir, sucesiones infinitas como las ramificaciones de un árbol o la estructura de los copos de nieve.


Si nos ponemos a pintar la vida, seguramente acabemos manchándonos de muchos más colores que los propios del arco iris. Quizá debamos agujerear los botes de pintura y pasear por encima del lienzo para tratar de ser lo más objetivos posible. Lanzar salpicaduras de colores aleatorios y buscar el caos.