martes, 28 de enero de 2014

Coca colas banales.

“Lo que es genial de este país es que América ha iniciado una tradición en la que los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los más pobres. Puedes estar viendo la tele y ver la Coca-Cola, y sabes que el Presidente bebe Coca-Cola, Liz Taylor bebe Coca-Cola, y piensas que tú también puedes beber Coca-Cola. Una cola es una cola, y ningún dinero del mundo puede hacer que encuentres una cola mejor que la que está bebiéndose el mendigo de la esquina. Todas las colas son la misma y todas las colas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el Presidente lo sabe, el mendigo lo sabe, y tú lo sabes.”

Esto decía Andy Warhol el siglo pasado. Pero ahora, la súper campaña publicitaria de Coca-Cola ha tenido la idea fantástica de acercarse más al consumidor regalándole una exclusiva lata con su nombre. Comprar Coca colas se ha convertido en un juego. Reglas del juego: buscar, rebuscar, desordenar los estantes de refrescos del supermercado en busca de la Coca cola con tu nombre. Entonces, gente como yo se siente frustrado. Todos los que tengáis nombres originales que no están dentro de la lista de nombres frecuentes y aburridos, os comprendo: no podéis comprar Coca colas.

¿Es que no se les ha ocurrido poner en una lata el nombre de “anónimo”? Seguro que yo la compraría además de todos aquellos desgraciados de nombres marginados. Y esta idea me insta a reflexionar: ¿sabrá mejor la Coca cola si plasma tu nombre? No sé si sabrá mejor pero se me ocurren un sinfín de estúpidas ideas que llevar a cabo con susodicha Coca cola. (Abrimos un bocadillo de “sueño”, como el de los cómics, y empezamos a imaginar) Puedes levantar la vista, orgulloso, y pasear con la Coca cola con tu nombre. Tal vez puedas ahorrarte alguna que otra presentación porque bebes una Coca cola con tu nombre. ¿Podría la lata salvarte la vida pudiendo ser una pieza clave en tu identificación después de un grave accidente? ¿Y si un criminal se deja una lata de Coca cola con su nombre en la escena del crimen? (Cerramos bocadillo de “sueño”). Quedan demostradas la cantidad de utilidades de esa lata. Quedan demostradas las oportunidades abiertas ante ti en forma de abanico que se presentan. Queda demostrada que la fórmula secreta de la Coca cola no tiene nada que ver con esto. Queda demostrado que Coca cola esparce felicidad.

Así que:
 ¡Coca cola: felicidad burbujeante enlatada, ahora, con nombre propio! Y sale gente sonriente en el anuncio. Todos felices. Tienen una Coca cola con su nombre, se acabaron los problemas.

martes, 14 de enero de 2014

Revolución de sabores.

Se nos ocurrió la magnífica idea de ir a comer a un buffet libre, un Wok chino de 6,70€. No sé si ellos consideran que te cobran la entrada como si fueras al cine o si te cobran en plan menú extendido a un número indefinido de platos. Así que, resumiendo, te cobran 6,70€ por comer. Lo calificamos de ganga. Comer lo que quieras hasta saciarte lo que quieras a precio de un triste McMenú. El tío Donald era la alternativa. Pero esta vez los americanos perdieron. Y ahora mismo me ha venido una idea a la mente mientras escribo: ¿podríamos sustituir al “Tío Sam”, que está pasado de moda, por el “Tío Donald”, o por “El King” de Burger King que tiene más gancho? Lo siento McDonald’s, aunque soy más de tu comida. En fin, la globalización ha hecho que llegue un Wok justo en el lugar en que estábamos. También ha hecho que llegue un Kebab justo al lado, pero era más caro.

La comida estaba toda incluida. Esto es peligroso. Cuando te levantas a llenar el plato comes por los ojos y acabas creando montañas de lechuga y tomate mezcladas con ensaladilla rusa, barritas de cangrejo, pasta de colorines y rollitos de primavera. El momento culminante, el punto crítico, llega a la hora de escoger la salsa. Tienes que tener la mente despejada y las ideas bien claras. Escoges la salsa del color más divertido y la rocías muy generosamente sobre tu montaña de alimentos. Puede ser que te salga bien la jugada o que destruyas tu paladar con una confusión de sabores indescifrables.

Me acuerdo que mi amigo, mi hermano y yo planteamos la posibilidad de vivir eternamente en el lugar. Vuelvo al debate del principio. Es decir, ¿qué pasa si entras en el restaurante y no sales? ¿Hay límite de tiempo para zampar? ¿Si pagas la entrada puedes quedarte todo el tiempo que quieras? Mientras estábamos conversando sobre estas inquietudes vino la camarera con sus finísimos modales orientales y nos preguntó qué queríamos beber. No había botellas de agua grandes de esas de dos litros así que tuvimos que conformarnos con una sola botella de medio litro para tres personas. Era gracioso. Enseguida se acabó el agua y pedimos otra botella igual. Mi hermano preguntó sagazmente: ¿pero la bebida está incluida? Y la china, disculpándose sobrecogedoramente, nos respondió que no y se fue al ver las expresiones de nuestras caras. ¡Nos decepcionó que no estuviera incluida el agua! En un buffet libre que la bebida no estuviera incluida y te la sirvieran en botellas de medio litro de cristal era un punto negativo puestos a gastar poco. Costaba 6,70€, y nos habíamos hecho la idea de que costaba 6,70€. Quiero decir que si sumabas botellas de agua no era tan maravilloso. Se me ocurrió la brillante idea de coger la botella vacía e ir al baño a llenarla con agua del grifo y ahorrarnos así más botellas de agua de medio litro. Actué con discreción porque podría romper todos los protocolos de comportamiento en un Wok. Podríamos haber pedido agua del grifo a la camarera. Pensándolo bien, hubiera sido interesante la reacción de la camarera si le hubiéramos pedido agua del grifo. Igual hubiera creído que era una muestra de nuestra indignación y no le hubiera sentado bien. Aunque no sé por qué te van a mirar mal por pedir agua del grifo. El caso es que quise aventurarme en aquella hazaña. Volví con la botella llena y pudimos beber agua del grifo y nos supo mejor. 


domingo, 5 de enero de 2014

Agujeros en los zapatos los días que llueve.

Por genética o por naturaleza, o por mezcla de las dos, o por causa del movimiento aleatorio de los átomos que todo lo forma, soy un despistado y un poco despreocupado. A veces me pasan cosas divertidas. Me choco contra farolas o contra coches aparcados mientras voy andando y hablando con un paraguas en la mano. Bueno, no, este último no era yo. También tengo unas zapatillas que tienen un agujero en la suela y cuando me las pongo llueve.

Ya habían sonado las campanadas y me había rendido en la tercera uva. Estaba preparándome para salir en nochevieja. En menos de media hora tenía que ducharme, arreglarme un poco la barba para que no me compararan con Jumanji (Sí, es la coña de mis amigos. Pero no penséis que llego a tal extremo... de momento), y vestirme adecuadamente  como marca la tradición. La realidad es que se empieza la noche aparentemente con la dignidad bien alta y la camisa por dentro y se acaba con la camisa por fuera y la corbata mal puesta. Es como la transformación de la noche.  Igual que le pasó a mis zapatos. Así que mis zapatos se convirtieron como en una metáfora de la noche, de mi noche.

Mi hermano tenía prisa por llegar a tiempo al sitio al que todo el mundo llega tarde. Tenía que vestirme rápido, y ponerme unos zapatos. Caí en la cuenta de que, por causas de la entropía, mis únicos zapatos estaban en casa de un amigo. Tuve que rebuscar por unos cuantos armarios y ponerme los primeros que me parecieron, a primera vista, razonables. Nos unimos a todos los amigos y empezamos la fiesta. Todos bromearon porque llevaba americana blanca y la iba a manchar, pero si me la quitaba parecía un cura. Además, como hacía frío decidí ponerme una camiseta blanca interior y si me desabrochaba el primer botón de la camisa se convertía improvisadamente en el alzacuellos. No quería parecer un cura. Pensé que podría ponerme una corbata de color rojo y parecer Billie Joe Armstrong, cantante de Green Day. La verdad es que ir bien vestido me pone nervioso. Hay que estar pendiente de no mancharse y luego los botones y las camisas y los zapatos, todo eso es muy complicado. Pero somos unos superficiales que vivimos cómodamente; y esa superficialidad se convierte en una de nuestras preocupaciones.

El problema fueron los zapatos. Tardé una hora en darme cuenta de que mis zapatos tenían el tacón destrozado y colgando. Decidí arrancarlo y para ir equilibrado hice lo mismo en el otro tacón. La puntera quedaba ligeramente por encima. Encajé eso con humor y pensé que sería un detalle divertido. Estuve danzando toda la noche y caminé de un local a otro por el suelo mojado y lleno de charcos. Como había arrancado los tacones de mis zapatos, había quedado descubierta una especie de gomaespuma dura y negra que se iba descomponiendo poco a poco a causa del agua. Había llovido y el suelo estaba mojado y lleno de charcos. Pero bailé y bailé. Los zapatos seguían el ritmo de la noche. Iban desintegrándose poco a poco. Recuerdo que estuve dando vueltas simulando un vals en medio de una plaza. Fue cuando empecé a mojarme los pies. Y llegó la hora de irse y miré al suelo. Mis zapatos no tenían suela. Bueno, más bien era un enorme agujero que hacía que me mojase los talones. Fue muy divertido y me reí mucho. Tuve que ir andando a casa evitando charcos. Iba alternando el ir de puntillas con el andar de pato. El material de la suela del zapato era esponjoso y no ayudaba nada, más bien absorbía agua. Ya había amanecido y caminaba hacia mi casa. Pensé que los zapatos se parecían a mí: Empezaban decentemente y acababan destrozados. Aunque a los zapatos no les duele la cabeza al día siguiente.