jueves, 28 de noviembre de 2013

El acorde final.

Todo era una densa niebla enfrente de él, no conseguía librarse de ella, todo se le venía encima. Niebla insaciable, inmensa, infinita, no tenía compasión, engullía todo signo de esperanza. No había solución, no existía vía de escape, la desolación en forma de niebla. Indefenso, desesperado ante aquella vasta nube que le derrotaba. Cada vez se sentía más acorralado. Confusión, soledad, indecisión, duda. Como unas fauces hambrientas de alma que venían a por él. Pero levantó la cabeza y un haz esclarecedor salió de su ser. Un haz de voluntad que hizo frente a las tinieblas. En aquel momento supo que había decidido su destino, estaba condenado. Pero avanzó. Aquella turbulenta bruma retrocedía ante su decidido paso. La niebla se disipó rápidamente con un angustiado gemido que reflejaba la derrota. Entonces supo lo que debía hacer. Un gesto delicado y las manos se deslizaron por el piano. Sonó la melancolía dulce y clara del preludio y lo siguió una tormenta de emoción y rabia desahogada en fuertes acordes. El piano era él y él era el piano. La música misma estaba reflejada en su rostro. Estaba llevando a cabo la interpretación más arriesgada y personal de su vida. Llegó a un punto peligroso, su vida corría peligro. Había decidido entregarse en plenitud. Había perdido el control de su ser, la música misma se expresaba en su manifestación más pura. A medida que interpretaba la obra oía los lamentos y gritos ahogados que en ella se escondían y se integró en la profunda tristeza que en ella había escrita. No podía soportarlo pero había decidido afrontarlo aún sabiendo que podría acabar destrozado. Empezaba a sentir dolor, un dolor muy intenso en el pecho. Había perdido la mente, el control. Pero era imparable. Acabó. Un silencio asombrado por lo que se acababa de presenciar. Los presentes estaban abatidos ante tal espectáculo macabro. Habían presenciado la agonía de un demente perdido por la música. Entonces, moribundo, el pianista se levantó con dificultad, se inclinó hacia el público y, acto seguido, cayó inerte encima del piano haciendo sonar el acorde final de su vida.