lunes, 16 de enero de 2017

Habladurías

Por lo demás, en toda disputa o argumentación es preciso estar de acuerdo sobre alguna cosa si se quiere juzgar la cuestión debatida conforme a un principio: contra negantem principia non est disputandum [no cabe discusión con quien niega los principios].
                                                                     El arte de tener razón, Arthur Schopenhauer

Permitidme que de la voz de alarma sobre una cuestión: Internet es un paraje inhóspito, poco seguro, hay que andar con pies de plomo. El problema es que está lleno de palabras y estas, bien articuladas, y no en el sentido de la rigurosidad lógica, sino en el de la bien lograda apariencia, constituyen una de las armas de destrucción masiva más peligrosas de la historia: el lenguaje. Gracias a él, a su atractiva forma, se han maquillado las más oscuras intenciones del hombre, se han construido mitos, se han concebido dioses, se han justificado barbaridades. Y es que es la palabra la herramienta de nuestra mayor facultad: el pensamiento. Pero, gracias a ¿dios?, existe otra valiosa herramienta que puede ayudarnos a arrojar un poco de luz en nuestro amargo caminar entre las palabras: el método.

El caso es que ahora, con un solo clic, puedes recibir un bombardeo de sobreinformación poco contrastada (a veces con faltas de ortografía). Y mientras pululaba por YouTube, intentando sortear el aburrimiento, medio divirtiéndome con videos de profetas cutres sermoneando sobre pseudociencias, tras leer los comentarios no he logrado contener la indignación. Se habían tragado todas las palabras huecas que aquel hombre de voz  lenta y profunda les había escupido a la cara. Y, para mayor inri, con pretensiones científicas. Lo que pasa es que se puede hablar de muchas cosas con relativa ligereza menos de ciencia, o al menos si pretendes que lo que dices tenga relevancia científica, pues te topas de frente con el método. Pero no estoy hablando de ninguna divinidad, hablo de un pretendido orden que ha sido impuesto en base a convención, sí, y es que la ciencia no es ciencia por tratar de los pretendidos asuntos “científicos”, la ciencia es ciencia porque es convención, porque es método, porque existe un orden, un procedimiento que parte del hecho empírico para construir el edificio del conocimiento. Pero ese edificio no es un ente inmutable e impertérrito, todo lo contrario, es algo así como lo que dicen los populares: permanentemente revisable. Pero, atención, permanentemente revisable a través del método, pues estas son las reglas dispuestas de forma consensuada para poder participar en el juego. En caso contrario, en caso de que no se quieran seguir las formas científicas, invito a cualquiera a que explique la realidad desde otras perspectivas (que no digo que no disponga cada cual de su propio procedimiento metodológico y que no sean igualmente válidas), aunque estas inevitablemente no podrán ser consideradas ciencia, pues no entran en el juego.



viernes, 30 de diciembre de 2016

Resumen 2016, 2015, 2014 ...

Nada. He existido.
Jean-Paul Sartre.


Esto de mirarse al espejo y encontrarte cada vez a alguien distinto puede parecer preocupante. Pero tampoco. Es la habitual ceremonia de poner las cosas en su sitio, un pequeño parón, detenerse en el oasis y decirse a uno mismo un “bien, veamos qué es lo que llevamos”. Es el pertinente recuento de daños que viene después de cada aventura: cada incursión, cada escaramuza deja su rasguño pequeñito, cada paso dado contribuye a gastar un poco más la suela de mis zapatillas hasta que llega el momento en que un agujero te hace tocar el suelo de forma explícita. Eso es mi calzado y yo, que suelo ir a pie a todas partes por pereza, pero dejad que me explique, simplemente voy andando porque sé que de esa forma depende única y exclusivamente de mí mismo el tiempo que empleo en llegar a mi destino, de lo contrario empiezo a ponerme nervioso si el bus urbano se dedica a jugar con mi tiempo, que siempre es justo y está mal calculado, y a dedicarle más de lo normal a cada parada, recreándose el conductor en la tarea de devolver el cambio a los nuevos pasajeros y etcétera, etcétera. Por eso, hilando con lo anterior que iba diciendo, reitero: cada segundo mal contado te deja una huella irreparable. Y no puedes hacer nada. O tal vez dos cosas: lamentarte del tiempo perdido e intentar buscarlo o, segunda, dejar pasar las cosas, que sucedan a su aire, inevitablemente. Y mientras sigues mirándote, sigues con el recuento de los malogrados segundos de tu vida.

Más que nada, hablo de recuento por parecer obligado el hacer la lista de las desgracias que ha dejado el año a su paso por nuestra personal historia. Dicho esto en sentido melodramático. Tampoco es eso. Tampoco sé lo que es. Sé lo que no es. No es ningún logro haber sobrevivido de nuevo hasta el punto en que nos encontramos (bueno, siempre con matices y dependiendo de qué situaciones). Simplemente las cosas suceden una detrás de otra, tú las tomas "bien" o "mal" y todo junto te proyecta adelante en el tiempo. Quizás exista un componente romántico que aligere un poco la situación, algo así como la libertad sartreana.


martes, 4 de octubre de 2016

Muerte


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Cesare Pavese


El otro día paseaba de noche y un cartel gastado, pegado en una puerta de madera y color verde. Con letras mayúsculas toscas rezaba: Prohibido aparcar, se llama a la grúa. La escena era trágica. La puerta no abría más que a un solar abandonado, cercado entre paredes semiderruidas y con varias pintadas en sus muros, sin cubierta alguna que le protegiera de la intemperie. Y justo delante de la puerta verde donde el cartel estaba apostado, había aparcado un coche, sabedor de que aquella sentencia jamás habría de cumplirse; se había convertido en el eco de un tiempo pasado, en la prueba de la muerte de aquel humilde ser edilicio que hubo luchado por ser reconocido en su pequeña esquina de la calle.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Apatía.

Evitar las malas compañías: gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Compañías de zombies, seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo está vivo.
 El arte de amar, Erich Fromm
 

Ahora tengo este aparato entre las manos, negro, de reflejos plateados. De antiguos reflejos plateados, cierto, ahora es un tubo roído a intervalos de sucia plata. Y, ¿qué hago? Oh, sí, me dejo llevar, es la apatía, y el pensamiento se transporta harto de cansancio y explora otras cosas. Bajo la bruma sonora, como un refugio, como un autómata con su aparato, hastiado, angustiado, apático.

Luego es necesario atender a ciertos convencionalismos, afirmar sin saber qué te han preguntado, participar en la medida de lo posible de conversaciones triviales, estúpidas, huecas. "Buf, qué frío hace". Después regresamos, el fútbol suena en la radio, algunos gruñidos incomprensibles o mismamente triviales, como antes. La apatía, el silencio, yo callo y observo con pena la patética escena. Me invita a huir, a fugarme inventando, a escapar imaginando a cualquier lugar que no me haga partícipe de este teatro funesto. 

Llego a casa y me quito la corbata. La dejo donde estaba.

martes, 5 de julio de 2016

Amor


Estás en un rincón de la cama, deshecha, hundida, ahogada en lágrimas delante de mí y no puedo hacer nada, solo esperar, solo consumirme en el suelo mientras lo golpeo sin cesar y me retuerzo de dolor y lleno de gritos el vecindario que escucha la patética escena. Solo me queda soportar la impotencia de estar cerca de lo que más quiero y a la vez tan y tan lejos. Me convierto en una criatura indefensa que se resigna a su trágico destino y se rinde sin poder hacer nada, sin tan siquiera abrazar a quien sabes que más lo necesita, a quien sabes que tan solo busca el calor de un abrazo cálido como la más pura y blanca luz.

Y luego resucito. Mi luz vuelve a iluminarme y se me acerca y me limpia las mejillas, me aprieta fuertemente contra su pecho en un tierno abrazo y con una voz suave me dice que no llore. Ahora me miras a los ojos y esbozas la más mágica, sincera e inocente de todas las sonrisas. No puedo más que callar y contemplarte, llenar mis ojos ahora de alegría, recorrer con la vista tus mejillas sonrojadas. Esa mirada vence al tiempo, lo significa todo, en su silencio todo lo dice, una mirada que únicamente es amor y que prende una llama que se encuentra en lo más hondo, que me dice “te quiero” de la forma más sencilla y hermosa. Y de pronto nos reímos por cualquier cosa tonta, nos sonamos los mocos como niños el uno al otro, con el mismo pañuelo, y nos abrazamos. Nos hacemos más fuertes con cada bache.

Mi jardín está lleno de rosas. ¿No es un descubrimiento magnífico? Seguramente lleven ahí desde la primavera, pero yo las he descubierto hoy, maravillado. He subido por la pequeña cuesta y me he acercado para verlas más de cerca. Me sorprendo sonriendo y descubro que soy feliz, más feliz que nunca.

Gracias.

miércoles, 22 de junio de 2016

Pisar

Ya el acto de poner en contacto ambas superficies, la de la piel de la planta del pie y la del alicatado mugriento de la cocina, supone un placer tan auténtico, tan efímero y tan gratuito que es hasta hermoso, mágico, asombroso. Así que me levanto entre sábanas sudorosas, ambientado por el periódico, metálico y extraño ruido del chocar de las persianas con el cristal, aún con la bruma del adormecido en la cara y, en ese momento, piso. Piso el suelo fuerte, piso el frío suelo y prosigo en el pisar, una y otra vez piso, repito el gesto, el danzante movimiento de pisar, pisar y pisar. E invadido de una ancestral alegría abro lo ojos maravillado tan solo por el pisar; pisar y palpar con el pie resbaladizo el tacto de la autenticidad; palpar y pisar con la desnudez explícita de un pie amotinado e imparable, que no cede en su empeño de seguir pisando; pisar y contemplar cómo va tornándose paulatinamente negruzca la parte de debajo del pie y ,entonces, recordar pisadas de la infancia, recordar pisadas de todas las clases: blandas, duras, suaves y rugosas, dolorosas y puntiagudas, incluso sangrantes, pisadas que se deslizan, pisadas omnipotentes… Pisar y pisar hasta estar frente a frente con el frigorífico y beber el brick de leche frío y de forma triunfante para volver pisando fuerte y derechito al comedor, hasta el sofá, hasta encontrarse uno con la pausa del ambiente del salón a una hora prudente de la mañana.
Para mí el tiempo no pasa mientras bravuconamente piso, no pasa para mí, habiendo terminado exámenes, teniendo la mente tan dispersa ya que puede hasta deleitarse en ese anodino hecho. Pero en el salón aún hay quien sigue de exámenes, quien no puede compartir estos momentos de estúpida felicidad. Así que ahora piso prudentemente de puntillas hasta el sofá y me acomodo, me estiro y gozo del tacto blando de los cojines. Pero en silencio, que aún hay quien estudia.

jueves, 26 de mayo de 2016

En el ojo de la tormenta


Hay personas que te turban, que te inquietan, por las que te sientes extrañamente atraído, atraído por su mente, por su ser que ahí dentro yace en el mismísimo fondo de la tormenta; y buscando un pequeño intercambio de palabras estúpidamente sueltas cualquier cosa con afán de parecer mínimamente interesante. Esas personas pueden ser aún más estúpidas que las palabras que has soltado para cautivarlas. Pero te da lo mismo, solo quieres saciar la curiosidad del espíritu, algo así como una sensual conexión entre almas que no puede estar más alejada de la carne, de la mera atracción sexual. Es un bello paseo entre almas libres e inocentes, sensibles criaturas que aún buscan su lugar en este mundo y se confortan al encontrarse en la misma situación.